Proyecto deportivo 2007-2012

Nuestro proyecto deportivo busca la potenciación de la imagen corporativa de nuestros patrocinadores en clubs náuticos, marinas deportivas, patrocinadores de otros equipos, promotores y entidades públicas de eventos náutico-deportivos, empresas aseguradoras o prensa especializada, entre otros.Sectores sociales y económicos que, por su nivel adquisitivo, suelen ser potenciales clientes, o están relacionados con el producto publicitado, al tiempo, que se refuerza la consideración pública de la marca como promotora de actividades deportivas de alto nivel.La competición, además, contribuye a reforzar aspectos positivos en la imagen de los patrocinadores como son la apuesta por la alta tecnología en materiales y diseño, respeto por el medio ambiente, resaltar el mensaje del trabajo en equipo del que resulta paradigmático un velero, en el que destacan valores como la dirección, la coordinación, la responsabilidad compartida, la superación de las dificultades, la lucha por los objetivos marcados o la rivalidad con otras empresas patrocinadoras, en definitiva, una serie de valores añadidos que refuerzan la imagen corporativa de la empresa.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Cuaderno de bitácora.- Cabo de Hornos y glaciares fuegüinos por Julio Sánchez. Fotografías Ángel Sanz y Felipe Ferreira. Publicado en la Revista Yate


23 de diciembre de 2007 al 3 de enero de 2008


De Ushuaia a Cabo de Hornos




 La sola visión de los Montes Olivia y Cinco hermanos, escoltando la ciudad de Ushuaia, es un anticipo de lo que Tierra de Fuego nos iba a ofrecer, grandes espacios abiertos y libres, visión ansiada que empezamos a divisar entre espesas nubes, al tiempo que el piloto de Aerolíneas enfilaba, con un notable picado, el Aeropuerto Malvinas Argentinas.



Esta sensación de libertad, que se percibe nada más avistar Ushuaia, no nos abandonaría, ni un solo segundo, en nuestro viaje al Cabo de Hornos y los glaciares fueguinos, en Chile.

Cualquier navegante que se precie ha soñado en alguna ocasión navegar por debajo del paralelo 50º y doblar el cabo de Hornos, en cuyas profundidades, como recogió Francisco Coloane en su libro Cabo de Hornos, los antiguos navegantes pensaban que se encontraba la sepultura del diablo:

“ Los marinos de todas las latitudes aseguran que allí, a una milla de ese trágico promontorio que apadrina el duelo constante de los dos océanos más grandes del mundo, en el Cabo de Hornos, el Diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar durante las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir  y bajar del cielo a esos abismos.”

Cargado de historia, desafío y romanticismo, a partes iguales, era inevitable que, tarde o temprano, el Cabo de Hornos nos llamase a su encuentro.

Así con nuestros equipajes al hombro nos encontrábamos frente a la Asociación Fueguina de Actividades Subacuáticas y Náuticas, a la búsqueda del Mago del Sur, el cuter de 16 metros y 25 toneladas que nos llevaría a cumplir nuestro sueño.



Recorrimos con decidida parsimonia los 150 metros del único muelle, donde permanecían abarloados distintos veleros, todos de acero o aluminio.
Santa María, Valhalla,  Espirit d’equipe, Ile d’elle, Blizzard, Anatelma, Antipode, Pen Duik VI, entre otros, reposaban entrelazados a la espera de su tripulación





Sentados en la cubierta del Mago, Alejandro “Mono” da Milano y su mujer Susana, nos invitaron a subir a bordo, estibar nuestras pertenencias y acomodarnos en la cucheta ( litera ) de nuestro agrado. Después de charlar unos minutos con ellos saltamos a tierra para despedirnos de Ushuaia disfrutando de una cena en la ciudad. Una deliciosa merluza negra regada con vino blanco de Mendoza.

Ushuaia es una ciudad bulliciosa, en cuyo centro, seis calles alargadas discurren paralelas al mar, atravesadas perpendicularmente por calles empinadas que remontan las cercanas sierras coronadas de nieves perpetuas.


Edificios bajos, rematados de tejados de aluminio atornillado para que no los arranque el fuerte viento de la zona y destinados en su mayoría a un incipiente turismo encaminado a viajeros  atraídos por el encanto natural de la Patagonia Sur. Junto a ellos conviven algunas viejas construcciones fueguinas hechas de lenga, con grandes ventanales abiertos a todos los rumbos y rematadas con techos en cinc o hierro galvanizado, de inclinaciones imposibles y firmemente arriostrados.

Ushuaia, bahía protegida del viento del Este, en lengua Yámana, se encuentra a orillas del Canal de Beagle el cual comunica los Océanos Pacífico y Atlántico, recorriendo la Patagonía Sur y Tierra del Fuego de Oeste a Este, discurriendo entre la disgregada cordillera Andina sumergida en sus frías aguas y bañando en sus riberas a Chile y Argentina.




Día de partida 24 de diciembre de 2007


Después de compensar con un buen sueño las 27 horas que habíamos destinado a vuelos, esperas y cambios de aeropuertos desde Valencia hasta Ushuaia y tras un reconfortante desayuno, por fin, largábamos amarras.
Eran las once horas del día de nochebuena.

Salimos de Afasyn hacia el Canal de Beagle. Apenas cinco nudos de viento.

Decenas de cormoranes se apartan de nuestra derrota correteando torpemente sobre el mar en calma incapaces de despegar con tan escaso viento.





Izamos mayor y a motor arrumbamos hacia el  Canal de Beagle destino Puerto Williams flanqueados a babor por la parte argentina de la Isla Grande de Tierra del Fuego  y a estribor por la Isla Navarino  ( Chile ).

Ya en el Canal de Beagle aumenta el viento a quince nudos estableciéndose del Oeste. Apagamos motor y desplegamos el Yankee dejándonos llevar plácidamente entre islotes plenos de pingüinos, cormoranes y lobos marinos hasta llegar al faro de Les Eclaireurs, posiblemente uno de los más fotografiados del mundo.



Cerca del faro el cielo se oscurece y aumenta el viento a veinte nudos.
Ha llegado el momento de arribar y pasar el Yankee a estribor y atangonarlo para navegar a orejas de burro con el viento en popa.
Al aparejar el tangón el pinzote se dobla y tenemos que desistir enrollando Yankee y atangonando la trinqueta recién largada con el segundo tangón.
Esta vez no hay más imprevistos, cazamos la burda de estribor y la retenida y ponemos rumbo directo a Puerto Williams.

Al través de la estancia Lawrence trasluchamos para ajustar el rumbo y volver al centro del canal.

Todos los barcos en esta zona están controlados por las autoridades chilenas que periódicamente establecen ruedas de comunicación con los buques que navegan en sus aguas, así que el Mono da Milano comunica a Puerto Williams nuestro tiempo estimado de arribada e izamos el Pabellón chileno.





Sobre las cinco de la tarde y tras eludir los bajos situados junto a la costa entramos en Puerto Williams, y nos dirigimos al Club de Yates Micalvi..

El viento ha caído considerablemente y nos adentramos en una pequeña ensenada situada en la desembocadura de un río dominado por la esplendida estampa de los dientes de Navarino cubiertos de nieve.

Si reservamos la denominación Club de Yates a lo que nosotros acostumbramos a llamar, club náutico, Marina, puerto deportivo o similar, se podría decir que resultaría pretencioso atribuir tal acepción al fondeadero que descubríamos ante nuestros ojos, pero, algo que ya intuíamos en Ushuaia y que confirmábamos en ese momento era que el concepto de puerto en este lado del mundo es el exclusivamente práctico y puerto, era un lugar seguro, a refugio del mal tiempo en caso de necesidad, un lugar de reposo donde entrar en contacto con otras personas con las mismas inquietudes, en definitiva un punto de encuentro para navegantes de todo el mundo.  Para qué más.



Nos abarloamos al Pelagic Australis, lanzando los largos de proa y popa y los correspondientes springs. En estas latitudes no hay que confiar en el parte meteorológico en exceso, no por que el servicio no sea adecuado, sino por lo cambiante de las condiciones.

De nuevo abarloados entre transmundistas y navegantes, que como nosotros cumplen su sueño. Junto a nosotros el Pelagic Australis, de Skip Novak y éste a su vez abarloado al Victory y éste amarrado al Club de Yates Micalvi, que no es otra cosa que el antiguo draga minas Micalvi embarrancado en la ensenada, escorado unos diez grados a estribor y cuya bodega es el fondo marino.



La tablazón del barco está, en algunas zonas, en avanzado estado de descomposición, pero, por lo general, parece bastante seguro para cumplir su función.
Una pequeña habitación con dos duchas y un inodoro, poco recomendable con pleamar y una cantina, que tendríamos el placer descubrir a nuestra salida del país, son todas las comodidades que ofrece este Club cuyo principal activo son las gentes de mar que te permite conocer.

La entrada en Puerto Williams resulta obligada, ya que las autoridades chilenas deben controlar nuestra llegada al país, así que esperamos a los agentes de inmigración, interior, aduanas y demás, a que acudan al barco para sellar nuestros pasaportes y comprobar destino y demás circunstancias de nuestra singladura.

Satisfechas las necesidades burocráticas de las autoridades chilenas descendemos a puerto, el Mono da Milano, su mujer Susana y el resto de la tripulación compuesta solamente por tres personas, Felipe, brasileño al que conocimos en el barco y que también se había enrolado para cruzar el Cabo de Hornos, mi amigo Ángel y yo.
En los sucesivos días se crearía una camaradería especial entre todos nosotros, fuera de lo común, que convertiría el viaje en una experiencia, deportiva y personal excepcional.







Puerto Williams es un asentamiento militar, fruto del deseo de las autoridades de demostrar la soberanía de Chile en un territorio fronterizo con Argentina y de especial valor estratégico por su situación en el Canal de Beagle y su control del paso hacia la Antártica.

También destila la vieja controversia de cual es la ciudad más austral del mundo, Ushuaia tal y como pregonan a los cuatro vientos los argentinos o bien Puerto Williams como aseguran los chilenos. El caso es que en Puerto Williams  unas pocas calles sin asfaltar y algunos cientos de casas de una planta con sensación de provisionalidad, un pequeño centro comercial sui generis, una Iglesia, una pequeña escuela y por supuesto los barracones militares, son todo lo que nos espera.

Recorremos las calles de Puerto Williams y sus alrededores. Ya de regreso al Mago del Sur nos encontramos con el Mono y Susana, parece que el parte para el día siguiente no es nada bueno.

Nochebuena en Puerto Williams



La cena de Navidad resultó especialmente grata, a ello contribuyeron el interés de Susana y el Mono de que nos sintiéramos como en casa  en un día tan señalado y la buena armonía presidió el asado argentino bañado con Malbec de Mendoza y un Porto, deferencia de Felipe, que sirvió para acompañar la aportación valenciana, Turrón de Xixona, mazapán y dátiles.

Entre canciones de Serrat y Sabina y una animada charla, transcurrió la cena.

El brindis de rigor, con vino espumante, lo hicimos en la cubierta del barco, con la recién salida Luna, a nuestra popa y un árbol de Navidad hecho de pequeñas bombillas que colgaba de un barco noruego, a nuestra proa.
Todo bajo  la atenta mirada de los Dientes de Navarino.



25 de diciembre. Puerto Williams. Isla Navarino


A las seis de la mañana ya estaba en pie, la luz solar que hace que en estas fechas, verano austral, unas pocas horas crepusculares constituyan la noche y las ganas por salir hacia las Wollaston apenas me habían dejado dormir.

Alcancé la cubierta para disfrutar del día y un  Sur helado que descendía desde los Dientes de Navarino me invitó a abrigarme, más de 35 nudos establecidos en el fondeadero, al socaire de la isla, presagiaban lo que comprobaría tras saltar a tierra, el Canal de Beagle estaba blanco de espuma, allí el viento superaba con toda seguridad los 45, imposible, por tanto, atravesar la Bahía Nassau abierta a  todos los vientos y sin protección alguna hasta llegar al archipiélago de las Wollaston.

Sobre las 9 de la mañana las autoridades chilenas confirmaban el parte, el puerto estaba cerrado y prohibida la salida de ningún barco de Puerto Williams. El asalto al Cabo de Hornos debería esperar, al menos un día más.



Dispusimos de más tiempo para desayunar y conversar, ¿Qué cabe esperar de dos argentinos, un brasileño y dos españoles sentados a una mesa que no sea hablar? De lo divino y lo humano, de política, geografía, literatura, Serrat y Sabina, ¡cómo no!, títulos náuticos, construcción de barcos, regatas oceánicas, transmundistas, las Malvinas...





Isla Navarino forma parte de la reserva mundial de la biosfera Cabo de Hornos. Posee una belleza impresionante que durante varias horas pudimos  saborear.
Recorrimos bosques de lenga, ñires y coigües batidos continuamente por un viento helado que apenas nos dejaba caminar para luego descender de nuevo, por zonas de tundra, hasta el Canal de Beagle, ciertamente impracticable. Allí disfrutamos de los planeos acrobáticos de las gaviotas antárticas y del majestuoso vuelo de los cauquenes antes de regresar al Mago.



26 de diciembre

Debíamos recuperar el tiempo perdido, ganado diría yo, así que a las 3’30 de la mañana ya estábamos en pie y tras un rápido desayuno, largamos amarras con una temperatura de unos 6º y una sensación térmica inferior a 3º.
El mar en calma nos permitió acercarnos hasta una de las muchas pingüineras de la zona y observar a los pingüinos de Magallanes descansando junto a la Isla Gable.



Sobre las 6’30 de la mañana un ligera brisa del Oeste nos invitó a apagar el motor y largar el Yankee, filando la vela mayor hasta recibir el viento por la aleta lo que nos permitió navegar rumbo hacia la Isla Picton a unos cinco nudos.

Rebasamos el Islote Solitario dejándolo por babor, así como los restos de la nave Logos embarrancada en ese lugar desde enero de 1988. En el Canal de Beagle, la Isla de los Estados y el Cabo de Hornos hay documentados cientos de naufragios.



Tomamos el paso Picton entre Isla Navarino e Isla Picton  aproximadamente sobre las 9 de la mañana. La mañana sigue siendo muy fría y el viento empieza a arreciar alcanzando los 20 nudos. Recogemos Yankee, largamos Trinqueta, la atangonamos, fijando retenida a la mayor y cazando la burda de estribor.

El Mago del Sur equipa caña de timón en la bañera lo que parecería incomodo para un barco de ese porte, sin embargo, compruebo que el timón, de doble pala, responde suavemente y resulta fiable, algo blando si la mayor queda excesivamente filada. Más adelante comprobaremos que con viento fuerte la caña exige bastante esfuerzo aunque el barco siga siendo noble en sus reacciones.






Puerto Toro queda a nuestro través por estribor cuando una racha nos anuncia que estamos ya en pleno Paso Picton y que no todo va a ser disfrutar del paisaje.
El viento del Noroeste que nos entra por la popa hace que el mar empiece a arremolinarse, aumentando su intensidad a los 25 nudos con rachas superiores a los 30.
 Lanzamos el barco a siete nudos, de momento las sensaciones son fantásticas.
Ya en la bahía Oglander debemos orzar a estribor para enfilar el Paso Goree, entre Isla Navarino e Isla Lenox y sortear  los bajíos de punta Yawl, en la primera de las islas y el Islote Medio, en la segunda de ellas.
El viento establecido ya en 30 nudos y puntas superiores a 35 aconseja prudencia antes de orzar para navegar al través, así que quitamos tangón y colocamos  el primer rizo a una mayor que, aun con el capitán y yo colgados de ella, no cedía ni un milímetro de tela, lo que nos obligó a aproar el barco el tiempo suficiente para aliviar el gratil y poder culminar la maniobra de rizado. Después descendemos al través por el Paso Goree camino de la Bahía Nassau embarcando en alguna ocasión agua por la regala de babor.

Ya iniciando el cruce de Bahía Nassau el viento del Noroeste baja de intensidad, hasta los 20 nudos, fuera de la influencia de las islas cercanas y arribamos unos pocos grados hasta navegar de nuevo por la popa, volviendo a colocar el tangón en la trinqueta, como haríamos decenas de veces en esos días.
 Empieza a caer agua nieve. Y aprovechamos para comer un puchero de verdura y carne de ternera, bien caliente, estableciendo turnos al timón.

Cruzamos Nassau con rumbo sur que posteriormente modificaríamos orzando a suroeste a la altura de las Islas Terhalten y Sesambre y evitar un incipiente, pero incómodo mar de fondo, buscando el paso de las Islas Wollaston por el Canal Washington.

El viento cae por momentos con la misma celeridad que los delfines overos juegan con el Mago cruzándolo por proa y deslizándose por el fondo del barco con divertida suficiencia. Nos acompañan hasta Bahía Grelton donde ponemos motor enrollando Yankee y manteniendo izada la mayor. Negociamos el paso por el Canal Washington a baja velocidad acomodándonos a la tranquilidad que se respira en ese lugar, mientras sorteamos algunos bajos entre remolinos provocados por la corriente de marea.

A la salida del Canal Washington aumenta ligeramente la intensidad del viento lo que nos permite apagar motor y desenrollar de nuevo el Yankee.

Atravesamos el Canal Franklin dejando por babor el Cabo Doze rumbo sureste hacia el paso entre Isla Maxwell e Isla Hermite adonde arribamos entre una lluvia fina, pero persistente.

Fondeamos en caleta Maxwell, un auténtico refugio de piratas,  protegida de los vientos predominantes y repleta de cachiyuyos, unas algas  perennes que pueden alcanzar los 30-40 metros, dotadas de un tronco hueco y cápsulas repletas de aire que les permiten flotar, se agrupan en auténticos bosques y por su aspecto parduzco se confunden a lo lejos con bajos fondos. Resultan comestibles y los indios Yámanas las utilizaban para amarrar sus canoas.



Después de largar el ancla y sus buenos cuarenta metros de cadena, procedemos a arriar la neumática y llevar a la costa dos cabos lanzados por popa a unos 30º de la línea de crujía por estribor y babor hasta la playa, donde los fijamos a sendos árboles mediante ases de guía.

Vistiendo el mismo traje de aguas, ya incorporado casi a nuestra piel, bajamos a visitar la Isla Hermite, trepando entre un bosque frondoso repleto de ñires algunos en estado casi de putrefacción debido a la alta humedad constante de la zona y otros recubiertos de barba de indio un liquen verde claro con aspecto piloso.



Tras veinte minutos caminando salimos del bosque y nos incorporamos a una tundra pantanosa de musgos y líquenes apilados que crecen sobre materia orgánica que por las bajas temperaturas no alcanza a descomponerse.

Se hace costoso avanzar ya que nos hundimos hasta los tobillos a cada paso que damos.
Empapados alcanzamos la cima desde donde divisamos, entre un cielo plomizo, el perfil de la Isla Hall. A lo lejos se intuye la Isla de Hornos.
Empieza a soplar con intensidad y la lluvia se convierte en agua nieve. Es cuestión de bajar hasta el barco para degustar el pollo al horno de Susana y un par de botellas de Pinot chileno. Mañana espera Hornos.


27 de diciembre


Nos levantamos a las 8 de la mañana y además del pan con mantequilla habitual devoramos unos alfajores de dulce de leche, mermelada de ciruela casera, té y café, mate para el Mono, ¡ Cómo no! y algo de fruta fresca.

Sigue lloviendo y el cielo esta, si cabe más gris. Preparamos nuestros trajes de agua y dejamos a mano los arneses. Recogemos las amarras largadas a tierra e izamos la neumática.

Por fin ha llegado la hora de levantar el fondeo que para nuestra sorpresa arrastra con la cadena y el ancla, cientos de Kilos de cachiyuyos que impiden izarlo a bordo, así que no tengo más remedio que disfrutar de la diversión, que en adelante se convertirá casi en habitual, de colgarme del bauprés, apoyándome en el barbiquejo y a golpe de machete liberar el fondeo de las resistentes y resbaladizas algas hasta poder izar toda la cadena y el ancla a bordo.

 Apenas habíamos navegado cien metros cuando apreciamos la seguridad del lugar donde hemos pasado la noche. Las rachas de viento del Oeste empiezan a asomar por el Paso Sur entre la Isla Hermite y la Isla Jordán.
 En esta zona la orografía acelera y desvía caprichosamente las rachas de viento aponentado que rebasan fácilmente los 25-30 nudos.
 Portamos mayor con un rizo y trinqueta.
Tomo el timón y disfruto de uno de los placeres de todo navegante doblar el Cabo de Hornos a vela.
Afrontamos el paso entre las Islas Chanticler y Hermite con los arneses puestos.
 El viento es racheado y rolón, aunque de momento, no resulta preocupante. Orzamos hacía estribor compensando la fuerte corriente del Pacífico Sur que nos empuja  de manera notoria hacia la Isla Hall y las catedrales, puntas rocosas verticales situadas al Sur de la Isla.
 El mar poco formado alcanza al Mago por la amura de estribor con olas que apenas superan los dos metros.
Optamos por tomar con mayor resguardo la Isla Hall y navegamos más hacía el Sur de lo previsto cruzando la Bahía San Francisco con rachas superiores a los 35 nudos y la corredera por encima de los 8 nudos. Algunos rociones y el ulular de la jarcia nos inyecta los ojos de un brillo especial, el Cabo de Hornos nos mostraba sólo un amago de lo que era capaz, lo suficiente para hacer intenso el momento.
Aunque únicamente enseñaba las uñas era suficiente para imaginar la escena con vientos duros del Sur.

El empuje de la corriente del Pacífico Sur era notable, pero el  noble navegar del Mago transmitía seguridad, así que continuamos hacía al sur hasta situarnos al través de Punta Portillas, en la Isla de Hornos, arrumbando a Sur-sureste para pasar entre dos islotes separados unos cientos de metros para lo que enfilamos siempre al situado más al Sur y así compensar la corriente. Rebasamos por babor el primero de ellos y poco después dejamos por estribor el segundo. Tras un centenar de metros trasluchamos para acercarnos al Cabo de Hornos.
Retorno el timón al Mono da Milano, ha llegado la hora de las fotografías de rigor.

Navegamos por la aleta con un viento que, se suma a la celebración y nos da una tregua bajando a los 20-25 nudos. Amollamos la mayor al máximo y reducimos velocidad hasta los seis nudos. Hay que disfrutar del momento. Por popa observamos al velero Ile d’elle que se acerca por nuestra aleta de estribor, situándose a nuestro costado, saludando alegres.
Rebasamos el Cabo y nos aproximamos al Faro de Hornos y la Punta Espolón, el capitán quiere comprobar como esta el fondeadero situado al Este, quizá podamos desembarcar.
 Superada la Punta dirigimos la proa del Mago hacia el Norte y un par de rachas brutales hunden la regala de estribor haciendo orzar bruscamente el barco, navegamos unos cientos de metros y observamos que al socaire de la Isla las rachas disminuyen y se puede fondear.







El acceso a la Isla de Hornos se efectúa tras fondear en una pequeña cala escondida de la que parte una escalera, que en diversos tramos, nos lleva a la denominada alcaldía de Hornos, donde nos esperan la pequeña capilla Stella Maris, un puesto meteorológico, el Faro del Cabo de Hornos, el monumento al Albatros y varios monolitos que homenajean a los que han cruzado al Cabo de Hornos y sobre todo, a los que se ahogaron en su demanda. Ciertamente sobrecoge, cuando se ha navegado a vela hasta allí, leer el poema de Sara Vial en su honor:

“ Soy el albatros que te espera en el final del mundo.
Soy el alma olvidada de los marinos muertos que cruzaron el Cabo de Hornos desde todos los mares de la Tierra.
Pero ellos no murieron en las furiosas olas.
Hoy vuelan en mis alas hacia la eternidad, en la última grieta de los vientos antárticos.”



La Isla de Hornos, resulta abrupta y acantilada, sólo practicable por esta pequeña cala rocosa y batida constantemente por unos vientos infernales que serpentean por ella puliéndola e impidiendo que crezca ningún árbol. El farero nos asegura, que el anemómetro de la Isla ha llegado a marcar los 101 nudos.


Ya en el Faro, saludamos a la mujer del farero. La familia estará destinada en la Isla un año, junto a ella su hija de unos cuatro años no para de hablar con nosotros y su hermana pequeña da sus primeros pasos mirándonos con sus enormes ojos negros.

Firmamos con devoción el libro de visitas y recibimos con alegría la estampilla en nuestros pasaportes que acredita que hemos cruzado Hornos. Más al Sur ya no queda otra cosa que la Antártica.


De nuevo en el Mago, cargamos la neumática y levantamos el fondeo para dirigirnos a una lobera cercana situada al Este de la Isla, a menos de un cuarto de milla de la caleta, donde el macho dominante preside desde una elevación del terreno su harén particular.

Izamos mayor, con un rizo y desenrollamos la trinqueta para cruzar el lado Este de la Bahía San Francisco arrumbando al Norte en demanda del Paso Mares del Sur, entre la Isla Herschel y la Isla Deceit.

Nuestro bakstay aloja un invitado: medio cordero oreándose para la cena de Fin de Año.



Una vez fuera de la protección de la Isla de Hornos recibimos la embestida de un viento del Noroeste establecido en los 40 nudos que arrastra las capas más superficiales del agua y la lanza con furia contra la cubierta.
Las olas rondan los dos metros de altura, los rociones son constantes y la regala de estribor embarca agua a menudo.
Reducimos parcialmente el trapo de la trinqueta y ceñimos hacia el Paso de los Mares del Sur.
Al gris plomizo del cielo se suma un mar oscuro, casi negro, salpicado de penachos blancos, que con las rachas más fuertes parece hervir mientras la jarcia canta.

Cerca de la Isla Herschel se abren pequeños claros por donde penetran algunos rayos de sol.

Superados los Islotes Carrasco, nos adentramos en el Paso Mares del Sur. El mar disminuye. Por babor dejaremos la Isla Herschel y por estribor la Isla Deceite. En la primera de ellas, descubrimos, viejos nidos de ametralladoras, recuerdo de los conflictos territoriales entre Chile y Argentina por estos territorios. No serán los únicos vestigios de, no tan viejas rencillas.

Las gaviotas antárticas sobrevuelan al Mago del Sur con planeos increíbles. A nuestro paso los pingüinos de  Magallanes se sumergen rápidamente para volver a la superficie tras nuestra estela, al tiempo que una Skúa parda detiene su vuelo planeando en nuestra popa. Sin duda quiere nuestra cena de Nochevieja.




Arribamos a Caleta Martial al Este de Isla Herschel sobre las 16’30.
El viento ha rolado al Oeste y ha descendido su fuerza hasta los 30 nudos. Lanzamos ancla y cuarenta metros de cadena y fondeamos proa al viento, al lado de un bosque de cachiyuyos



Susana sirve la comida consistente en Croquetas de arroz, queso, jamón crudo y bondiola. Todo ello aderezado con un Cabernet chileno que aprovechamos para brindar por habernos convertido en Cap-Horniers.

Fuera, en cubierta, la Skúa se da un festín con el cordero, incluso cuando nos damos cuenta de ello, en vez de asustarse decide comer en pleno vuelo de nuestra mano, hasta que intenta llevarse mi dedo pulgar y me convenzo de que lo mejor es que me vaya a mi cucheta a leer a Francisco Coloane.





El resto de la tarde lo pasamos leyendo, escuchando música, escribiendo y charlando. Hay que reposar las experiencias del día. Cenamos pronto, unos ñoquis con salsa putanesca. Pinot chileno y de postre, algo de  mazapán que aun nos queda.


Mañana, iniciaremos el retorno hacia el Canal de Beagle rumbo a los Ventisqueros ( Glaciares) Fueguinos.



De Cabo de Hornos a Usuahia.- Los glaciares Fuegüinos




Aunque el reto era doblar el Cabo de Hornos lo que conseguimos el día 27 de diciembre 2007, no era menos atractiva la segunda parte del viaje: Recorrer parte del brazo Noroeste del Beagle disfrutando de la Avenida de los Glaciares. 



28 de diciembre de 2007


Desayunamos sin prisa. Cumplido el primer objetivo parece que el ritmo será más pausado.

El tiempo parece estar de acuerdo con esta idea y abandonamos Caleta Martial con un viento casi inexistente y con la mar como la palma de la mano.

Petreles, Gaviotas, pingüinos apenas se mueven cuando nos deslizamos a su lado con el motor a bajas revoluciones, rumbo al Paso Bravo, entre la Isla Wolaston y la Isla Freycinet.





El escaso viento es fresco, pero no resulta desagradable.

Salimos del Paso Bravo para dirigirnos hacía la Bahía Nassau. El mar, en calma, resulta un escenario perfecto para las piruetas de los lobos marinos que juegan a nuestro alrededor sin perdernos de vista.

En la costa divisamos alguna construcción aislada. El Mono y Susana, nos explican que son casas chilenas que nunca se habitaron y que su función era la de demostrar que ha existido siempre una ocupación chilena en la zona. Recuerdos de pasados conflictos fronterizos.

Continuamos a motor con la mayor arriba. El día sorprende por su tranquilidad.

Al través de la Isla Middle, que avistamos por babor, se levanta una ligera brisa del Norte que entra por proa.

Los delfines Overos nos acompañan durante buena parte del trayecto. Entramos en Bahía Nassau.

  Las primeras millas siguen siendo placenteras y aunque se trate de una bahía abierta a los cuatro vientos no ofrece ninguna sospecha de lo que ocurrirá, poco después, a escasas millas de la Isla Sesambre.

Un fuerte viento de proa, establecido en los 30 nudos, nos sorprende cuando estamos comiendo. Decidimos arribar ligeramente para poder hacer caminar la Trinqueta. La mayor con un rizo, aguanta bien de momento. Las olas apenas llegan a los tres metros, pero son demasiado verticales y la frecuencia entre crestas es demasiado corta. Los rociones empiezan  a sucederse.

Acabamos de comer haciendo ejercicios malabares para evitar que los platos corran por la mesa.

Media hora después el viento alcanza los 40 nudos y los pantocazos empiezan a ser incómodos. Enrollamos Trinqueta y nos disponemos a poner el segundo rizo. Con las prisas creo suficiente salir a cubierta con el pantalón de aguas y un corta vientos. El Mono repica el gratil después de colocar el segundo rizo y a continuación yo cazo la mayor en crujía hasta reventar. Impactamos por proa contra una ola que llega hasta la bañera colándose buena parte por la pechera de mi pantalón de aguas. Está condenadamente fría.



Navegamos con la mayor con dos rizos y la apoyamos con el motor Iveco de 140 caballos que equipa el Mago del Sur.

Así seguimos durante varias horas y aunque en principio, gobernamos desde el  Deck salón, las escoras continúas nos obligan a salir a la bañera para tener mayor visibilidad. Nos acercamos a Punta Guanaco, en Isla Navarino y enfilamos el Paso Goree cayendo algunos grados a estribor para sortear Punta Yawl.
Nuestra intención era dormir en Puerto Williams, pero llevamos muchas horas de navegación incómoda. Mejor entrar en Puerto Toro.

Rebasado el Paso Goree y tras cruzar Bahía Oglander , abordamos el Paso Picton. El viento del Norte ha descendido a 30 nudos. El mar gracias a la protección de Isla Navarino e Isla Picton, se ha calmado y las olas apenas alcanzan el metro y medio de altura, sin embargo estamos cansados y sobre las 18 horas enfilamos la entrada en Puerto Toro.

Puerto Toro es un pequeño asentamiento militar con algunas casas dispuestas en apenas dos caminos de tierra que nacen de una cala de canto rodado en cuya orilla hay una pequeña ermita y algo parecido a un muelle de fondeo semiderruido al cual se le están haciendo urgentes obras de reconstrucción. (*) actualmente ya reconstruido










Los tablones, donde los hay, están medio podridos, ceden al caminar sobre ellos y están recubiertos de musgo.

Nos dirigimos lentamente hacia él alzando la quilla retráctil del Mago y preparando las defensas. El Capitán sopesa la mejor opción teniendo en cuenta que el viento entra por nuestra popa y debemos amarrar a pocos metros de la playa.

Decide amarrar ofreciendo el costado de estribor al muelle y la proa a la costa. Alcanzamos a lazo un pilón oxidado del muelle, libre de tablazón,  y hacemos firme la amarra a la aleta de estribor.  Orientamos el barco al viento por la popa y el Mono salta a tierra para fijar los springs de popa y proa que fijamos como podemos a las traviesas del muelle, aprovechando que la bajamar los dejó al descubierto.

El largo de proa resulta más problemático ya que no queda ningún punto fijo donde amarrarse así que aprovechamos la bita utilizada por un velero amarrado al otro costado del muelle y retornamos el cabo al Mago del Sur.

Colocamos las defensas pensando en la subida de la marea y fijamos con una pasteca un través que reenviamos a winche para asegurar el barco al costado del muelle.
El cordero sigue en el bakstay desde que cruzamos Hornos.

Desembarcamos para recorrer Puerto Toro caminando con cuidado sobre la parte del muelle que todavía seguía en píe.

Recorriendo la playa de grava hacía al norte descubrimos nidos de ametralladoras orientados hacía el Paso Picton y el Canal de Beagle. Los sacos terreros parecen recién repuestos.





Puerto Toro parece casi desierto, quitando un par de críos y un perro famélico no encontramos a nadie más. La pocas casas parecen aparentemente en buen estado, pero no hay nadie en ellas. Y la escuela tiene las puertas abiertas, pero ni en los campos de deportes, ni en las aulas vimos a persona alguna.
Después de un par de horas regresamos al Mago. En pocas horas debemos zarpar

29 de diciembre de 2007

Hemos zarpado de Puerto Toro a las cuatro de la mañana.
Recorremos el Paso Picton a motor y mayor arriba. La temperatura ronda los seis grados, el viento prácticamente en calma nos hace olvidar las rachas, que apenas hace unas horas, nos obligaron a recalar en Puerto Toro.

 El amanecer nos mostró el lado Oeste del Beagle, adonde debíamos arrumbar hasta dejar Ushuaia y Les Eclaireurs por estribor en demanda de la Isla del Diablo y el brazo Noroeste del Beagle: destino Los Ventisqueros chilenos.

El Mago del Sur se desliza, a rumbo, apaciblemente hasta Isla Snipe donde caemos a babor buscando el centro del Canal de Beagle al cual nos incorporamos tras despedir por nuestro través de estribor los restos embarrancados  de la nave Logos.

Ya en el centro del Canal, flanqueados por estribor, por la parte argentina de Isla Grande de Tierra del Fuego y por babor, por la costa chilena de Isla Navarino arrumbamos hasta Isla Gable para dejarla por estribor al tiempo que por nuestra amura de babor asoma Puerto Williams de donde vemos salir un velero.
 



Sobre las 10 de la mañana el viento sube hasta los 15 nudos, estableciéndose curiosamente del Este, lo que no es habitual en esta zona. Largamos trinqueta y paramos motor.

El Mono se dirige hacia la proa haciendo gestos a nuestro nuevo acompañante el cual los devuelve efusivamente. Es Cristophe Augin, dos veces campeón de la vuelta al mundo en solitario, navegando con su Antipode.

Da Milano nos mira y sonríe, con un gesto con la mano nos indica que se va a dormir a su camarote y con otro, alza el pulgar, la risa ya es descarada.

Quedo al timón con el Antipode en la proa. En la bañera solos los tres tripulantes, mirada cómplice, largamos rápidamente Yankee y mantenemos la trinqueta. Esta oportunidad no la vamos a tener muy a menudo.

Comienza un juego de persecución que duraría tres horas, con roladas constantes del viento desde el Este hasta el Suroeste que nos obligaron a los dos barcos a buscar los mejores bordos. Monsieur Augin se portó como un caballero y mantuvo su trinqueta y un rizo en la mayor. Alguna ventaja nos tenía que dar.

Finalmente el viento se estableció del Oeste y en unos 25 nudos hasta llegar a Les Eclaireurs donde nos separamos del Antipode. Nosotros buscando continuar por el Canal de Beagle y Augin buscando la entrada en Ushuaia, donde lo volveríamos a ver a nuestro regreso.

Dejamos Puerto Navarino por babor, enrollamos Yankee. Al través de bahía Lapataia el viento cae bruscamente hasta obligarnos a poner motor y enrollar trinqueta. Entramos en la parte exclusivamente chilena del Canal de Beagle.





El Canal se estrecha y las montañas nevadas se acercan cada vez a la costa agreste y tajada que se sumerge en el mar. Estamos completamente solos. El aire es gélido, la belleza del lugar sobrecoge.

Al atardecer rebasamos la Isla del Diablo para adentrarnos en el brazo noroeste del Beagle desde donde empieza a asomar el Glaciar Holanda.







Bajo la imponente mole del glaciar arribamos a una de las Calas más majestuosas que se pueden ver en este lado del Beagle: Caleta Olla.

Tras evitar unos bajos de arena a la entrada de la cala fondeamos junto al Pen Duik VI, el que fuera inseparable velero de Eric Tabarly, ahora destino la Antártica desde Sant Malo ( Francia).


La Caleta Olla se forma con un brazo de tierra casi circular que protege a su ensenada de los vientos del oeste y cuya punta limita con el Canal de Beagle y tiene una pequeña abra encarada al este que a su vez se encuentra protegida por una playa arenosa situada a menos de media milla, bajo el Glaciar Holanda.
 





Después de finalizar la maniobra de fondeo, incluido lanzar amarras a la costa, remontamos el río procedente del deshielo del glaciar discurriendo entre paisajes de tundra, hasta alcanzar las cascadas por las que el agua fluía desde las grietas de la montaña. Estaba anocheciendo y comenzaba a caer aguanieve, era el momento de volver al Mago y calentarnos con una sopa caliente, polenta y pinot noir.

 






30 de diciembre.- Glaciar Holanda

Durante toda la noche ha soplado un fuerte viento del oeste y aunque luce el sol, los nubarrones que se asoman por el noroeste del Beagle hacen presagiar mal tiempo, aun así, después de desayunar lanzamos la neumática al agua y recorremos la media milla que nos separa de la playa situada al este de la caleta olla y desde la cual ascenderíamos hacía el glaciar Holanda. El trayecto a la playa lo hacemos acompañados por un delfín overo que juguetea con nosotros pasando entre la quilla y el fondo arenoso y saltando a nuestro lado guiándonos hasta la misma playa.
















Ascendemos por bosques de legna hasta la zona de pantano y tundra siguiendo las sendas de los guanácos bajo el vuelo atento de los condores. A las dos doras de ascensión llegamos hasta la laguna donde desemboca la lengua del glaciar y en donde flotan tempanos de hielo algunos de los cuales, los más pequeños, hemos visto flotar en el mismo Canal de Beagle.

Las enormes paredes de cristal azul comprimido brillan bajo el sol que entre nube y nube se suma al espectáculo. No nos queda más que intentar robar algo de esa belleza con nuestras fotografías.
 
El camino de regreso al Mago del Sur fue una continúa sucesión de sol, nubes, viento, granizo, sol, lluvia, más viento. En fin, como afirma el dicho, si no te gusta el clima de esta parte del mundo, espérate diez minutos.

Subidos en la neumática nos esperaba media milla de sufrimiento, un viento de más de treinta nudos se levantó cuando iniciamos el recorrido y hasta que alcanzamos la protección de la caleta olla y pese a la pericia del Mono, los rociones de agua helada nos dejaron ateridos y calados hasta los huesos. Después de comer: estufa y siesta. El viento aconseja pasar la noche en caleta Olla.



31 de diciembre

El día 31 de diciembre levantaríamos el fondeo para recorrer los glaciares Francia, Italia, Alemania y la Romanche que se suceden casi encadenados a continuación del Glaciar Holanda.


Con el ventisquero Holanda iniciamos el recorrido por el brazo Noroeste del Beagle, al pie de la Cordillera Darwin, que recorre de Oeste a Este el extremo sudoeste de la Isla Grande de Tierra del Fuego.

Este hermoso cordón montañoso forma parte de la cordillera de los Andes, que en estas latitudes toma el nombre del historiador británico y que se extiende desde el Monte Sarmiento, al oeste, frente Punta Arenas en el canal magdalena hasta el monte Bove, al Este, junto a Ushuaia, en el canal de Beagle.

La cordillera de los Andes, con el nombre de Darwin, emerge con fuerza, después de ser atravesada por el estrecho de Magallanes. Sus picos coronados de campos de hielo se asoman al propio canal con paredes verticales, en las cuales se observan glaciares aéreos y otros que se hunden directamente en las frías aguas del Beagle.

Hay quien denomina a esta parte del brazo noroeste del Beagle la Avenida de los glaciares y bien pensado, no les falta razón, ya que los glaciares Holanda, Francia, Italia, Alemania y el Romanche se suceden uno tras otro creando un paisaje espectacular de gran belleza dominada por los grandes murallones de hielo cristalizado, donde el silencio se impone para disfrutar de la enorme magnitud de la naturaleza.






A las pocas millas avistamos el Ventisquero Francia, glaciar aéreo que permanece colgado sobre la vertical del canal de Beagle, del cual se desprende una pequeña cascada que serpentea hasta el mar. El glaciar atraviesa los picos nevados franqueando nuestro viaje hasta el ventisquero Italia el cual hunde su enorme lengua de hielo hasta el mismo Beagle con un marcado color azul. Al pie del glaciar varios delfines nos siguen con parsimonia.





El viento arrecia y navegamos a vela, con trinqueta y un rizo en la mayor, las pocas millas que nos separan del ventisquero Alemania y la Romanche, dando bordos de un lado otro del Beagle, entre paredes de montañas nevadas y cascadas que desaguan en el canal.

La visión del ventisquero Alemania resulta indescriptible, más aun cuando te acercas a él amurado a estribor con un viento helado de 25 nudos y con el aguanieve cayendo sobre la cubierta.





Su lengua llega con plenitud hasta el canal, es un auténtico río de hielo que se desliza lentamente hacía el mar presidido por dos enormes picos situados en ambos costados y que se ven blancos por la ventisca que en ese momento cae sobre ellos. Al socaire del glaciar el viento disminuye y enrollamos trinqueta para situarnos frente a él apoyados por el motor del Mago.


A motor seguimos, ya que a media milla al oeste se encuentra el ventisquero la Romanche,  ahora aéreo por la franca regresión que padece y desde cuyo centro se desliza una gran cascada hasta el mar.


Hacia el Noroeste quedaron el Garibaldi, España, Pia.... y muchos más pero el tiempo aprieta y debemos retornar a Caleta Olla.


Comemos enfrente de la Romanche. En una Cala escondida a la cual se accede recorriendo brazos que se retuercen de tal manera, que en lo más recóndito de la cala nos encontramos rodeados por montañas, en el centro el Mago del Sur, lobos marinos y cachiyuyos.
Vuelta a sacar el machete. Nuestro cordero, aun sigue en el bak.

Regresamos a caleta Olla con un viento de 25 Kn. a orejas de burro, con mayor y trinqueta atangonada.
Retenida trincada y burda de babor cazada.



Al paso por el Ventisquero Italia recibimos la llamada de un práctico chileno pilotando un crucero por el Beagle. Nos alejamos de su derrota cayendo hacia babor. Pero vamos tan cerca del Ventisquero que el viento, rolón, nos hace trasluchar en un par de ocasiones. La prudencia aconseja arriar mayor y a motor dirigirnos a Caleta Olla. Al fondo las vistas de los ventisqueros que no hemos podido visitar.


A nuestra llegada a Caleta Olla y tras amarrar con ancla por proa y dos maromas lanzadas a costa afianzadas en sendos árboles, arriamos neumática y fuimos hasta una punta de la caleta que se adentra en el Beagle. Allí cargamos la embarcación con leña y regresamos a la playa para preparar un asado.


Para ello descolgué nuestro querido cuarto de cordero, oreándose en el Bak desde el 27 de diciembre compartido con skúas y gaviotas, y una buena pieza de ternera que asó el Mono da Milano espléndidamente y que regamos con Pinot Chileno. De postre turrón de Alicante, mazapán y alfajores de dulce de leche.

1 de enero de 2008

El día uno partimos hacía Puerto Williams para sellar nuestra salida de Chile.

Para ello abarloamos de nuevo junto al Micalvi y disfrutamos de una experiencia única.

En la noche del 1 de enero abrieron la cantina del Micalvi, el viejo dragaminas embarrancado que hace las veces de pontón. En lo que era el comedor de oficiales hay una pequeña cantina, escorada a estribor 10º, por supuesto, donde se reúnen navegantes de todo el mundo, que incluso se citan allí muchos miles de millas y muchos meses antes. Se pueden observar banderas, camisetas, botas, un sinfín de recuerdos de tripulaciones de todo el mundo que han dejado allí sus recuerdos y sus firmas, tanto en el libro de visitas, como en los objetos colgados de las paredes.


Tomamos piscoshower rodeados de polacos, ingleses, australianos, franceses, gentes de todas partes que intercambiaban sus experiencias como si fueran amigos de toda la vida y que, además quedaban emplazados para volver a verse en el Micalvi, dentro de 3 o 4 o 5 o 6......meses, el tiempo no importa. O simplemente para rendir visita a otro navegante en Brasil, Senegal, Australia, Nueva Zelanda...... ¡ Vamos como quien queda para tomar unos vinos! Sólo que el “casco viejo donde tapear” no es otra cosa que la bola del mundo.

En fin el día 2 ya regresamos a Ushuaia para despedirnos de Tierra del Fuego, antes de partir hacia Valencia, lo que hicimos saboreando una merluza negra, altamente recomendable, centolla y Ruttini blanco. Tampoco todo ha de ser sufrir.

La experiencia  ha sido inmejorable y la compañía digna de nuevos retos, Cabo Norte, Cabo de Buena Esperanza... El tiempo lo dirá.



Mono Da Milano
Susana


Ángel Sanz
Felipe Ferreira

Julio Sánchez

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